¿Qué comunicamos realmente a nuestros pacientes? - Buenaventura del Charco

¿Qué comunicamos realmente a nuestros pacientes?

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Waltzawick decía que toda acción es un acto de comunicación, que las personas, de forma continua, comunicamos algo respecto a otro, que es imposible no comunicar.

Hay que aclarar, que por tanto la comunicación es algo que va mucho más allá de lo que decimos, de lo declarativo, ya que hay otro nivel de comunicación que es aquello que transmitimos con cada uno de nuestros actos. Aprender a decodificar estos mensajes y a saber enviarlos de forma eficaz en psicoterapia, es uno de los grandes aportes de la Terapia Sistémica. Normalmente, el psicólogo lee estos mensajes entre los miembros del sistema familiar, pero en este artículo, voy a presentar una breve reflexión personal, sobre ciertos riesgos de comunicación procedimental (es decir, aquella que transmitimos con nuestros actos) que debemos tener especialmente presentes los psicoterapeutas.

Aprender a decodificar estos mensajes y a saber enviarlos de forma eficaz en psicoterapia, es uno de los grandes aportes de la Terapia Sistémica

En primer lugar existe el tema de un excesivo “buenismo” por parte del psicólogo con respecto a su paciente. Si tenemos una acentuada tendencia a redefinir las cosas en positivo de forma sistemática, sin pararnos a discernir cuando esto es necesario (para alejar el foco del paciente identificado, para rescatar recursos, para evitar una distorsión cognitiva…) de forma que empezamos a dulcificar la realidad ¿Qué le estamos comunicando al paciente? A mi forma de entender, cada vez que hacemos menos cruda la realidad le estamos transmitiendo al paciente que él sólo no puede afrontar la dureza de la vida real, que cómo esta es superior a él necesita que un psicoterapeuta se la suavice en terapia, empleando sesgos positivos que le impiden ver lo que le está ocurriendo realmente.

Si no hay una consciencia de la realidad, difícilmente esta psicoterapia tendrá validez ecológica y los aprendizajes que realice serán generalizables, pero sobre todo, a pesar de que ir a terapia sea algo agradable porque el psicólogo me suaviza las cosas, éste me está tratando de inútil, está dudando de mi resiliencia y de mi capacidad para cambiar, sacar fuerzas de flaqueza para cambiar y confrontar aquello que no funciona en mi vida. Estamos en la obligación de creer firmemente en la capacidad del ser humano para cambiar sus problemas, de que cuenta con el potencial de cambiar si se crean las condiciones necesarias, los pacientes no necesitan actitudes paternalistas que les sobreprotejan, necesitan a un profesional que crea firmemente, que tenga fe, en su capacidad de superar la adversidad.

Mensajes de un excesivo positivismo también pueden hacer sentir al paciente que es inválido o estúpido, sintiéndose poco entendido o juzgado por su psicoterapeuta, ya que si la vida sólo es cuestión de “centrarse en el lado bueno de las cosas”, esto puede comunicar que si te sientes deprimido o desesperado, es porque, sencillamente, lo estás haciendo mal. Hay que tener mucho cuidado con este tipo de reduccionismos, y hacerle ver al paciente que el cambio es un proceso posible, pero complejo y normalmente de tipo multifactorial.

los pacientes no necesitan actitudes paternalistas que les sobreprotejan, necesitan a un profesional que crea firmemente, que tenga fe, en su capacidad de superar la adversidad

Otro problema potencial en la comunicación procendimental con nuestro paciente es el que ocurren cuando nos responsabilizamos más del proceso terapéutico que nuestro propio paciente. Es evidente que la implicación del psicólogo en la terapia es algo necesario, y que esta implicación no sólo debe ser técnica, sino ante todo humana, desde un interés genuino por aquello que le ocurre a la persona que nos honra con el privilegio de confiar en nosotros para acompañarle durante su proceso de cambio personal.

Sin embargo, es frecuente que a veces, cuando la terapia se estanca o no avanza (especialmente en aquellos pacientes que presentan actitudes de queja o de falta de realización de determinadas tareas), el psicólogo comience a responsabilizarse del curso de la terapia, como si el éxito o el fracaso dependieran al 100% de él, cuando es el paciente el único que tiene la capacidad de cambiar, si bien para ello, la responsabilidad del psicólogo es crear las condiciones necesarias.

Cuando un psicoterapeuta se responsabiliza de una terapia más que el propio paciente, intentando hacer la parte del otro, está comunicando que realmente el paciente no debe esforzarse, no debe asumir su parte en el proceso de cambio que, supuestamente, ha decidido iniciar o por el contrario, que no tiene las capacidades de sanar por sí mismo y por eso el psicólogo debe hacerlo por él. Elaborar las reflexiones por el paciente, flexibilizar en exceso las citas o la duración de las sesiones sin que el paciente se comprometa firmemente a ello, facilitar en demasía los procesos o tareas psicológicas o involucrarse más emocionalmente que el propio paciente son ejemplos frecuentes de responsabilización excesiva por parte del terapeuta del proceso del paciente. Si cargamos con el paciente, ¿por qué iba él a esforzarse si ya lo estamos haciendo nosotros?

También hemos de tener cuidado con aquello que comunicamos a través de nuestra empatía. Si bien la empatía es la mayor herramienta de trabajo del psicólogo, y el predictor más sólido de éxito de una terapia (consultar las investigaciones de Norcross al respecto), hemos de tener presente que acción comunicativa se pone en marcha cuando hacemos uso de ella.

Cuando un psicoterapeuta se responsabiliza de una terapia más que el propio paciente, intentando hacer la parte del otro, está comunicando que realmente el paciente no debe esforzarse

Vibrar con el paciente y ponernos en su lugar y en su forma de comprender la realidad es algo importante. Pero de nada sirve si luego no reaccionamos de forma activa a ella. Responder activamente a lo que percibimos en la necesidad del otro no sólo es algo parte de la empatía, sino que además evidencia (comunica) que percibimos la necesidad del otro y que nos provoca algo que nos mueve a tratar de ayudarle y estar con él. Otro aspecto a cuidar de la empatía y lo que comunicamos por cómo hacemos uso de ella es el riesgo de quedarnos instalados en legitimizar la emoción del otro, victimizándolo y sin motivarle o confrontarle de manera activa para aceptar su realidad, asumir su responsabilidad y comenzar a poner para ello cambios concretos en su vida real, que es aquello que acontece fuera de la terapia. “Entiendo que estés dolido” o “permítete sentir esta tristeza a la que tienes derecho y que es normal” son mensajes tremendamente terapéuticos que se distorsionan si el psicólogo se instala en ellos y no insta al paciente al cambio, ya que comunica que lo único que puede hacer con sus problemas es poco más allá del desahogo o la catarsis en sesión.

Buenaventura del Charco Olea ejerce como Psicólogo en Marbella, Granada y Online, además de como ponente o profesor invitado en diferentes Universidades, Congresos e Instituciones.

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