No llames feminismo, espiritualidad o emprendimiento a lo que es Narcisismo - Buenaventura del Charco

No llames feminismo, espiritualidad o emprendimiento a lo que es Narcisismo

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Aparentemente estas corrientes que he incluido pueden parecer cosas muy diferentes, sin embargo, cada vez más, viendo el contenido de redes sociales, observo que en muchos casos se tratan del mismo perro con distinto collar.

Me intento explicar.

Independientemente del contenido, encontramos esos personajes que plantean una ideología o teoría concreta de tal forma en la que se colocan a ellos y quienes comparten sus planteamientos por encima del resto: ellos sí son capaces de ver lo que otros, pobres y simples mortales, no entienden o ven, con lo que eso dice de ellos que son más listos, más buenos o más lo que sea.

Estamos rodeados de ellos, nuevos predicadores de medio pelo que se suben a su púlpito de redes sociales y señalan lo que otros están haciendo mal, juzgándolos con dureza: hacer esto o aquello es machista o querer ser funcionario es propio de personas poco valientes. A pesar de su discurso, siempre aparentemente bien intencionado (aunque lo que para unos es genial  y lleno de luz para otros es una mierda perversa) hay una verdadera rigidez mental en sus planteamientos que tienden a lo dicotómico, pues marcan una frontera muy definida entre lo que es bueno y lo que no. Esto no es simplemente reduccionismo y radicalidad que deja muy poco lugar para el verdadero análisis y debate intelectual, al estar todo lleno de juicios morales y visiones estereotipadas, sino que sobre todo evidencia una forma de pensar y posicionarse ante las cosas que psicológicamente sabemos que es distorsionada, poco ajustada a la realidad y propia de quien tiene ciertos problemas de inseguridad, autoconcepto o de salud mental.

Manejar así el mundo y a las otras personas, encasillándolo en conceptos rígidos, con una tendencia a la etiquetación, ya sea decir que alguien es un eneagrama tipo X o que es un heteropatriarcal es una forma de crear un mundo de blancos y negros, de buenos y malos, que les crea una falsa sensación de seguridad, en la que todo está muy definido, claro y obvio, de forma que no tengo que enfrentarme a la ansiedad y la incertidumbre de la duda, lo ambiguo y de los grises. Desde luego, el mundo es mucho más cómodo en términos de blancos y negros, buenos y malos, donde lógicamente, yo soy el lado de los buenos y los que no piensan como yo son unos comemierdas.

Esto nos lleva sobre todo a cómo se instrumentalizan estas teorías con una finalidad claramente narcisista, en la que la persona “experta” o “comprometida” con la teoría de turno, puede sentirse tan superior a los demás, pues a fin de cuentas, ella ha visto la luz, sabe la verdad, y puede ir mirando a los demás con condescendencia intelectual (“claro, es que tú no has trascendido espiritualmente” me dijeron una vez en un taller de psicoterapia) lo que me permite tratarles desde un paternalismo buenista o, directamente, fustigarlos o repudiarlos por malvados o estúpidos. Esto puede parecer exagerado, pero es un tema que ha dado lugar a distintas investigaciones psicológicas, como la recientemente elaborada por las psicólogas indias Goyal y Talajea en la que ha encontrado la existencia de rasgos narcisistas elevados en personas que se consideran feministas (huelga decir que esto se puede aplicar a cualquier enfoque que utilizamos para ser “superiores” desde los valores cristianos al animalismo, pasando por el racionalismo)

También es significativo cómo se emplea esta claridad ideológica que nos lleva a los juicios más rígidos para poder atacar inmisericordiamente sin sentir ningún tipo de pudor o culpa, ya que lo he convertido en poco más que en Belcebú. Y es que la deshumanización del “enemigo” siempre ha sido una constante en la propaganda de los movimientos más violentos. Así el frágil ego de este tipo de personajes no tiene que sentirse amenazado por el aguijón de la culpa.

Pero no sólo fomenta un bienestar narcisista a nivel individual, sino que nos garantiza tener la validación y la aprobación de nuestros iguales, los otros “iluminados” y “buenos” que comparten nuestra visión del mundo e ideas. Psicólogos como Nathaniel Branden o McKay ya señalaron los mecanismos reforzantes de sentir que compartimos unas creencias o valores con otros como una garantía de un lazo que nos une a ellos, y que esto tiene tanto peso a la hora de crear un bienestar emocional (las personas somos animales sociales) que se mantienen incluso cuando pueden hacernos sentir culpables o poco libres a la hora de elegir actuar de forma contraria a nuestras creencias (por ejemplo un trans que se ríe con un cómico políticamente incorrecto).

Personalmente, creo que este bienestar de pertenencia y de aprobación adquiere más peso en la sociedad actual, en la que en el mundo paralelo de las redes sociales e internet, se crean comunidades y grupos de pensamiento único, en la que se dan la razón los unos a otros y se retroalimentan en una validación continua (es llamativo ver cómo se comen las pollas entre ellos un grupo de cualquier ideología) y se elevan superiormente señalando con mayor o menor crueldad a los malvados y necios que no son capaces de entender la realidad o que vilmente hacen daño a los buenos y puros.

¡Menos mal que los tenemos a ellos!

PD: Si te interesa este tema te recomiendo mucho el libro de David Saavedra, “memorias de un exnazi” donde explica desde su experiencial personal cómo funciona psicológicamente la mente de una persona radicalizada. Puedes comprarlo en este enlace: https://www.amazon.es/REVISTA-CLAVES-206-OCTUBRE-2010/dp/8466669604/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1674990884&sr=8-1

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